sábado, 27 de diciembre de 2014
Antologia de un año que se acaba
sábado, 13 de diciembre de 2014
La elección entre Tener o Ser
jueves, 4 de diciembre de 2014
La paradoja de una vida construida en Whatsapp
sábado, 25 de octubre de 2014
Pensamientos de un regreso a casa
Eran las 9 de la noche. Una de las tantas noches agotadoras que cargaba a sus espaldas desde hacia meses. Una noche como cualquiera de las anteriores, en que el sencillo deseo de llegar a casa, comer algo y recostarse en cama se apoderaba de su mente. Mientras una ciudad afuera del bus rojo se debatía entre el mejor plan para pasar el viernes en la noche junto a amigos, familia y pareja, ella solo quería abandonar ese bus en su estación. Su estación.
No deseaba el ruido, pero quería hablar. Sus bostezos eran continuos e irreprimibles. Pensaba en que debía ir con cuidado, porque no quería que la robaran. Pensaba en los meses que aun le quedaban por delante: las madrugadas de pijama, cafeína y estudio, las mañanas y tardes de mucha cafeína frente a un computador, los atardeceres de intolerancia de una ciudad cansada y camino a casa, las noches agotadoras de lectura y lentes, los fines de semana de biblioteca. Aun quedaban meses para que eso acabara, y en ese momento creyó que no lo soportaría. Quería su tiempo de regreso.
Pero aun inmersa en ese universo de pensamientos, lo vio. En medio de una avenida en movimiento, bajo un semáforo que recién cambiaba a verde, un señor delgado y cansado lloraba con amargura. Lloraba arrodillado, con incredulidad. Lloraba mientras sostenía una bandeja roja que veinte segundos antes cargaba varios vasos desechables, todos rellenos con arroz con leche. Lloraba al lado de la enorme masa blanca que quedó esparcida sobre la avenida. Lloraba mientras los indiferentes automóviles pasaban rápido por su lado, cuidando de no detenerse.
Allá, afuera del bus rojo, había otra fracción de la ciudad que no se debatía por una buena fiesta, una buena conversación o un buen arrunche. Se acabaron en su cabeza de inmediato los pensamientos de autoabatimiento, para para pasar a observar a la gente que tenía a su lado. Celulares, musica, miradas perdidas, pocas conversaciones habladas, muchas conversaciones de letras, abrigos, bufandas, bostezos. Gente cansada que solo quería llegar a su destino. "Y si las puertas de este bus se abrieran acá, te bajarías a ayudarlo?". Su respuesta mental la aterró.
El bus se mueve de nuevo, y el señor se pierde de vista. Ella lo vio, pero el no la vio a ella. Eso fue todo lo que se pudieron conocer: ese instante de empatía anónima e imprevista. Ese instante en que los pequeños privilegios cotidianos adquieren un carácter mal agradecido. Ese instante de infracturables barreras sociales construidas de indiferencia.
El bus se mueve un rato, hasta que ella llega a la estación, su estación. Camina. Escucha musica. Se permite sentir el frío en sus mejillas. Lleva al señor delgado y cansado en su cabeza. Sus ojos miran al suelo del puente y no al horizonte de la avenida como suele hacer en tiempos de mayor optimismo. Camina. Observa la calle, y cruza al no ver carros. Camina. Observa a su alrededor, no ve a nadie, y abre la puerta de su casa con mayor confianza. Bosteza. Descarga la maleta. No hay nadie en casa. Come algo, lo primero que encuentra. Sube a su cuarto, se coloca su pijama y entra a su cama. Silencio. Piensa de nuevo en la escena del arroz con leche. Se comenta en voz alta, con la plena confianza de que nadie la esta escuchando:
"La perfección es demasiado arrogante".
Adriana
sábado, 4 de octubre de 2014
Historias de un cementerio
martes, 2 de septiembre de 2014
Las pequeñas violencias de la no-violencia
viernes, 8 de agosto de 2014
De calles y vida: lo que tiene que contar Gabriel Lisboa
Fue para la época de la presidencia de Alejandro Toledo cuando mis padres y mi hermano tuvieron el privilegio (al fin y al cabo viajar siempre es un privilegio, ¿no es así?) de pisar las calles de Lima. Y fue a partir de su relato, que creé una imagen mental de la capital peruana como una ciudad con fuertes contrastes sociales, quizás más fuertes que los de la misma Bogotá. Sin embargo, por varios días me sentí caminando las mismas calles y los mismos barrios que mis padres y mi hermano caminaron en ese entonces, gracias a un libro que llegó a mis manos en la última feria del libro, y del cual no había escuchado absolutamente nada antes de adquirirlo: Contarlo todo, de Jeremías Gamboa. Y les soy sincera: la Lima que describe Gabriel Lisboa (el narrador de la novela) es increíblemente similar a esa imagen limeña prescrita en mi cabeza, y que cronológicamente coinciden.
Creo que eso fue lo que me enamoró del libro, más que cualquier otra cosa: su capacidad narrativa de hacer sentir al lector no como visitante, sino como residente, de una ciudad propietaria de un bello malecón en un barrio llamado Miraflores, una Universidad de Lima que por momentos asocié con la universidad en la que estudié, los bares y vida nocturna de un sector llamado Barranco, el movimiento y pluralidad del centro histórico de Lima, y la distancia del barrio Santa Anita con el resto de la ciudad y de lo que él, Gabriel, quería para su propia vida.
De hecho, Lisboa inicia el texto marcando una posición de rechazo abierto a lo que había sido su vida luchada en el barrio Santa Anita, y que usa como su principal arma para autojustificar su constante sentimiento de estar en un lugar inadecuado, equivocado, desubicado. A tal punto lo desborda el rechazo a su origen, que decide construir una nueva vida en Miraflores en cuanto los recursos se lo permiten, una vida diametralmente opuesta a la vida en la que creció. Sin embargo, uno de los procesos más hermosos que se desarrollan en el libro es esa capacidad de resiliencia del protagonista con su pasado: si bien los hechos obligan a Lisboa a regresar al Santa Anita, en ésta segunda ocasión él se encuentra en la capacidad de mostrarle su pasado y su presente a personas ajenas al núcleo familiar que lo vio crecer. Incluso a admitir que mucho de lo que él es, se debía al Santa Anita.
El libro en sí es un retrato de vida, ¿y que no es la vida sino un conflicto de sentimientos constantemente yuxtapuestos? ¿De eventos aparentemente triviales, pero que al final son cruciales? No es complicado sentir empatía con los constantes encantos y desencantos del diario vivir de Lisboa, de los trozos de vida que se comparten con otras personas, y de sentir como propio el sentimiento de llegar a la cúspide de todo lo soñado para notar que, sencillamente, el sueño logrado se desdibujó en distracciones efímeras de falso éxito, un falso éxito difícil de admitir y aún más difícil de abandonar. Así mismo es un relato de la constancia, de lo que me gusta llamar “hacer camino al andar”: la construcción de un camino de vida que, sin ser conscientes de ello, es construido con los pasos que debemos recorrer antes de encontrarnos de frente con la plenitud del deber cumplido y de las aspiraciones realizadas. Esa moción tan íntima de cada persona, la que Lisboa llama “madurez”.
Es en últimas una invitación la que hace Lisboa, a partir de su experiencia personal. Una invitación a vivir, y a darle un enorme valor y sentido a la amistad. A darse la oportunidad de vivir la vida que uno quiere vivir. A disfrutar las pequeñas victorias y lecciones en las que humildad y orgullo se licúan en el mismo vaso. A seguir los caminos que haya que seguir, aunque a veces retroceder sea parte del camino. Una invitación a sentarse junto a Gabriel Lisboa a contemplar el océano en una tarde de Miraflores, con un documento en Word vacío al frente, y la única finalidad de construir una historia digna de contar. Lo que Lisboa no sabía, y quizás yo tampoco lo sepa con certeza mientras escribo esto, es que todas las historias son dignas de contar, incluida la que uno mismo tiene que contar.
Adrianella
viernes, 4 de julio de 2014
"Perder si es ganar un poco"
Septiembre del 2013, inicios de mes. En una cafetería cerca a la Universidad, miraba el partido Colombia-Ecuador, uno de los últimos de la clasificatoria al Mundial. Un partido que ganamos, y que lo gocé con absoluta alegría. Para ese momento, la clasificación era casi un hecho, y de a pocos confiaba más en una Selección Colombia que por muchos años me pareció mediocre, que estaba acostumbrada a perder para ganar un poco. Pues hoy 4 de Julio, hoy mas que nunca, estoy de acuerdo con el "profe" Maturana. Hoy, perder sí es ganar un poco.
Creo que los Colombianos tenemos esa particular capacidad de aferrarnos de manera muy fuerte a las pequeñas alegrías deportivas, y atesorarlas bajo el rotulo de "orgullo patrio". ¿Acaso Mariana Pajón no fue orgullo patrio en Londres 2012 cuando muy poca gente siquiera sabia que era el BMX? ¿Catherine Ibarguen? ¿Nairo Quintana? ¿Rigoberto Urán? Y muchos más que se me escapan. Pequeñas alegrías que unen a un país. Sin embargo, ningún evento deportivo me había generado tanta emoción y me había llenado de tanto orgullo, como colombiana, como la Selección Colombia que hoy sale del mundial. Me llenó de un patriotismo que los colombianos estamos acostumbrados a pisotear, un patriotismo al que nos acostumbramos que nos pisoteen. Porque pregunto: ¿Hubiera indignado tanto la caricatura de la señorita Van Dam, si no hubiera sido porque se metieron con James y Falcao, en pleno mundial?
Yo lo dudo. Tanto nos han dicho en el extranjero "cocainómanos", que a ratos nos lo creemos.
En muchos aspectos, el país en el que viví los últimos 20 días es otro. Dos horas después de que Colombia le ganara a Uruguay el Sábado pasado, me subí a uno de esos taxis que acercan a la gente de la estación de Transmilenio de Alcalá al barrio Colina Campestre. Es incontable la cantidad de veces que he cogido esos mismos taxis, pero ese día sucedió algo particular: eramos cuatro desconocidos discutiendo alegremente de la selección Colombia, del mundial, revisando memes y hablando alegremente de lo que se vendría en el partido que hoy perdimos. En el bus, era frecuente ver conversaciones entre desconocidos también apoyando una misma causa. Es verdad, también han sucedido cosas desagradables en estos días: quienes atracan y chalequean cual si fuera Diciembre, los atentados en Bogotá y en el país que han pasado de agache, las primeras consecuencias de la mermelada reeleccionista, y quienes se los traga la tierra para no enfrentar la justicia. Claro: el fútbol es cortina de humo para que todo esto pase de agache.
Pero el país que sueño e imagino es uno que viva en un eterno mundial de fútbol, que pueda debatir alegremente en un bus y en un taxi sin que nos vayamos a los mechonazos o a las balas por defender ideas que solo nos dividen. Debatir alegremente por un país que en definitiva solo es uno, al igual que la Selección Colombia.
Gracias muchachos. Con ustedes ganamos mucho mas que "un poco".
Adrianella.
domingo, 22 de junio de 2014
¿Un mundo feliz?
Adrianella
domingo, 8 de junio de 2014
¿Seremos más felices entre ataúdes?
lunes, 2 de junio de 2014
La responsabilidad de ser colombiano
domingo, 25 de mayo de 2014
La primera vuelta
Los resultados de la primera vuelta, ya los sabemos todos. Y me deja muchas preguntas: ¿Cómo es posible que participemos de la política? ¿Es que nos gusta la tortura de saber que estamos siendo engañados y que a nadie pareciera importarle?
Amanecerá dentro de 4 años y veremos.