sábado, 27 de diciembre de 2014

Antologia de un año que se acaba

Cada 30 o 31 de Diciembre, desde que tengo unos diecisiete años, escribo una pequeña lista con doce objetivos a cumplir en el año que entra. De ese modo, el 30 o 31 de Diciembre siguiente reviso cuáles de esos objetivos finalmente sí se cumplieron y cuáles no, y de nuevo realizo una nueva pequeña lista con doce objetivos para el siguiente año. La cosa es cíclica, pues, desde ese entonces. El origen de este pequeño ritual, dicho sea de paso, se basa en no pensar ni inventar objetivos mientras intento comerme (sin ahogarme en el intento) doce uvas a la velocidad de las campanas del Apocalipsis de Radio Melodía, tal cual reza la tradición de Año Nuevo en Colombia.

Eso me trae al día de hoy 27 de Diciembre de 2014: día en que, con algo de anticipación, revisé qué se hizo y qué no se hizo en este año que pronto se acaba.  Pues resulta que, de esa lista, solamente dos se realizaron a cabalidad completa. Y en años anteriores, también se me han quedado objetivos en remojo, algunos siguen siendo sueños por cumplir. Pero en el ejercicio de éste balance, caí en cuenta por primera vez que el éxito o fracaso de un año de vida jamás podría medirse en la cantidad de chulitos o equis al lado de cada uno de los objetivos. Y les diré por qué.

El 2014 comenzó con un viaje que despertó mi lado más explorador, un viaje que despertó mi lado más caminante. Soy de las personas que considera que los viajes enseñan más que una institución educativa, y éste viaje me enseñó a respetar la perfección del silencio y de la naturaleza en sí, a apreciar la pureza del aire y el sonido del agua corriendo en un río. Conocí una nueva parte de mi país, y no precisamente la más turística. Grandes placeres para alguien que vive en el Distrito Capital el resto del año, y que no toma muy seguido jugo de arazá.

El 2014 comenzó con el deseo de descanso de quien tuvo un Diciembre demasiado agotador a nivel laboral, pero sabía que tenía que conseguir un nuevo trabajo porque… bueno, hay que trabajar, mantenerse, hacer experiencia laboral, ahorrar, gastar, y todas esas cosa que exige el mundo del joven adulto en la ciudad. El trabajo llegó en el momento en que menos tenía afán por conseguirlo, pero éste año me sorprendió con la grata sorpresa de encontrar un trabajo que me gusta, en un tema que me gusta y que necesita más gente: el sector marítimo. Un año a nivel laboral muy interesante.

El 2014 comenzó a sabiendas de que debía cerrar sí o sí un ciclo académico pendiente: la maestría. La tesis que se requería como último (y más alto) escalón para el grado terminó siendo un reto más de fortaleza mental y de disciplina, que de fortaleza académica. Porque sí, durante el tiempo que cursé la maestría y realizaba la tesis, fueron el cansancio y la añoranza de tener tiempo libre los que se apoderaron de mi estado de ánimo. Por eso, una gran satisfacción de este año ocurrió una lluviosa tarde de Septiembre, en que finalmente supe que me graduaría después de dos años previos bastante complicados de estudio, trabajo, y dominación de la propia tranquilidad.

Fue un año de risas, de lágrimas, de baile, de muchas horas de estudio, de reuniones con amigos, de periodos de fuerte soledad, de madrugadas al teléfono, de amaneceres sabor a café, del mejor mundial de futbol que se pueda disfrutar, de introspección, de creer, de lecturas y escrituras, de impotencia, de fotos, de reconciliación, de almuerzos risueños, de cuestionamientos éticos, de largas y cortas conversaciones, de cercanías en medio de la distancia, de unión, de aprendizajes cotidianos, de más atracos que en el resto de mi vida, de confrontación profesional, de maduración, de caminatas, de escapadas en búsqueda de silencio, de luchar hasta las últimas instancias, de valoración de los pequeños privilegios, de atesoramiento de grandes instantes y de reconocimiento de que no hay mayor perfección que la que hay en la naturaleza y que por ende le debemos todo el respeto posible.

Sobre todo, fue un año de agradecimiento profundo con el pasado. El 2014 fue el año de transición que creía que sería desde el comienzo, no sólo a situaciones a nivel personal sino a situaciones que se salen de mi control y que por ende debo aceptar. Sí: la lista de propósitos para el 2014 sólo tiene dos chulitos de objetivos cumplidos, pero no por eso dejaré de considerar que, a pesar de todo, fue un año de fuertes aprendizajes que siempre, pero siempre, son ganancia en el camino que es la vida. La premisa para el 2015, lo diré desde ya, es salir del todo de la zona de confort. Y hacer la lista de doce propósitos para el año que entra, porque no me quiero atorar con doce uvas en la boca la noche del 31.

¡Feliz año!


Adriana

sábado, 13 de diciembre de 2014

La elección entre Tener o Ser

A los pocos días de cumplir los dieciocho años, finalicé el primer año de mis estudios en economía, no sin cierto malestar vocacional que me acompañó durante el receso de fin de año de hace – ¡Cómo pasa el tiempo! – siete años. Fueron un par de meses de bastantes cambios en mi manera de pensar. En primer lugar, porque ésta fue la famosa navidad de La Historia del Pescado que, sin entrar en muchos detalles, me arrastró a la vida vegetariana. Y en segundo lugar, porque decidí abrir las páginas de un libro que desde hacía rato quería leer: Tener o Ser, de Erich Fromm. Era el mes de Enero cuando eso sucedió.

Recuerdo muy bien que esa noche – sí, fue en la noche – leí el primer capítulo del libro de manera obsesiva. Recuerdo cerrarlo, e inmediatamente después, haber comenzado a escribir sin mucho orden todos los pensamientos en mi cabeza. Recuerdo flechas, letras desiguales, y por lo menos dos horas en este ejercicio en que se me fueron bastantes páginas de cuaderno. Pero lo que más recuerdo, es que era la medianoche pasada y no podía controlar el temblor de mi cuerpo, del pánico que sentí por el mundo, por el futuro. Y no lo pude controlar en lo que quedaba de noche. Pocas veces en mi vida he sentido tanto susto.

Fueron días de crisis existencial, de un fuerte sentimiento de desolación por todo lo que sucede en el mundo: hambre, pobreza, destrucción ambiental, pero sobre todo me perturbaba el tema de vivir en una sociedad hedonista mas no feliz. Es decir, ¿Me estaba diciendo Fromm que me encontraba viviendo en un sistema social diseñado en una especie de círculo vicioso de felicidad ilusoria pero de insatisfacciones permanentes? ¿Me estaba diciendo Fromm que el mundo esta(ba) condenado a la destrucción solo por un afán de lucro usado como combustible del sistema social diseñado en una especie de circulo vicioso? El malestar vocacional creció, pero con esas preguntas en mi cabeza me fui de viaje de manera casi sorpresiva.

Mi relación con el mar es bastante bonita. Le tengo un profundo amor y respeto. Fue el mar el catalizador de éstas preocupaciones y, por unos días, me hizo sentir que la sencillez de la naturaleza es más poderosa que cualquier preocupación humana. Y el mar no me dio una respuesta, pero sí me dio la calma para comenzar a desatar la angustia que sentía por el mundo, por el futuro, y por mi carrera.  El fin del malestar vocacional llegaría debido a los eventos ocurridos a lo largo de ese año, y surgidos a raíz de una llamada que recibí el último día de esas vacaciones.

Y claro que la economía tiene una respuesta a esas preguntas. Bueno, en realidad tiene muchas respuestas a esas preguntas, dependiendo de la teoría que se use. Pero en el ejercicio reciente de mi profesión – irónicamente relacionado al mar – el sentimiento de desolación por el mundo y el futuro va in crescendo de nuevo. Hace pocos días, le expresaba con angustia a uno de mis compañeros de oficina que la idea de tener hijos me aterra. Pero no, no es debido a la idea de ser madre. Lo que me asusta es el mundo en el que esta hipotética criatura va a vivir. Ni el más optimista de los escenarios prospectivos que debo leer logra proyectar un futuro amable para cualquier ser viviente en la Tierra.

Fromm diría que un estilo de vida basado en el ser y no en el tener es un paradigma que, no sólo nos conllevaría como sociedad a tomar decisiones más conscientes en el uso de los recursos de la Tierra, sino que también resignificaría la razón de ser de cada ser humano, ya no en búsqueda del placer sino de la felicidad. Desde luego, esta reflexión escapa al desempeño de cualquier rama profesional, y le da la debida importancia a las elecciones individuales de cada ser humano.

Mi opinión personal es que somos los economistas unos de los principales responsables de garantizar un futuro vivible. A temor de contradecir todo lo estudiado hasta el momento, considero que el modelo de producción actual es insostenible en el largo plazo, incluso en el mediano plazo. Es más, el peso de las externalidades negativas del sistema de producción actual en la calidad de vida humana es innegable. La verdad es que no tengo regresiones econométricas a la mano que soporten mi afirmación, pero sí considero que a la ciencia económica le sobra rigurosidad técnica y le falta rigurosidad ética para garantizar un futuro sostenible. Este pensamiento fue el fin de mi malestar vocacional.

Me gustaría saber qué diría Fromm al respecto, y respecto al mundo actual.

Adriana.



    

jueves, 4 de diciembre de 2014

La paradoja de una vida construida en Whatsapp

La experiencia que tuve hoy en mi oficina en horas de la tarde fue la gota que rebosó el vaso. Es más, no fui yo la primera en darse cuenta de la patética escena: ocho personas de una misma oficina mueren de risa, cada una al frente de sus celulares. Los ocho conversábamos entre sí en un grupo de whatsapp, pero ninguno nos mirábamos a los ojos. Fue una de nosotros quien dijo “Miren a qué hemos llegado”. Peor aún fue que ninguno de nosotros soltó el celular, y mantuvimos la conversación como si nadie hubiera pronunciado palabra.

Hoy mismo, unas horas antes. Un colega me pregunta por una opinión sobre un artículo, y en mi mente tengo toda una idea construida que se hace muy difícil de plasmar en un chat. Y efectivamente no la logro plasmar del todo. Pero el chat nos da la facilidad del multitasking (entiéndase hacer mil cosas más mientras hablo con alguien a medias), y la opción preferida por todos es el “después hablamos con calma”. Y así fue, después hablaremos. Supongo. Todos sabemos que ese “después” en realidad es “nunca”.

Este año, varios días antes. La sensación de malentendido que me invadía con una de las personas más allegadas a mí era insostenible. La sensación de que era urgente una verdadera conversación. Sin embargo, una de las emociones que más fácil se puede esconder por Whatsapp es el orgullo, y eso fue lo que pasó. Por muchos días, fueron conversaciones a medias por un insulso Whatsapp, siempre evadiendo el verdadero meollo de la conversación. Pero lo bizarro fue que por uno de los mismos insulsos Whatsapp salieron todos los trapitos al sol, y el problema se pudo resolver.

Siglo XXI, hace ya un poco más de un año. Whatsapp me permitió conocer vía escrita a una de las personas que más quise en mi vida. En esa ocasión, me dio la falsa creencia de tenerlo todo. Increíblemente, eso me bastaba en ese entonces, aunque sabía que no duraría para siempre. Pero en últimas, no tenía nada de lo verdaderamente esencial, de lo realmente necesario, y aceptarlo fue un aterrizaje forzado en tierra pedregosa. Precisamente, fue la misma lejanía del Whatsapp el perfecto corrector de un mundo de emociones que se enterraron en la cotidianidad de las letras.

Aterrador todo. Ese es el único pensamiento que logro tener después de reflexionarlo un poco.

Whatsapp ha sido la herramienta más irónica de mi vida. Bueno, los chats en general. Ha sido creador de malentendidos, de amistades, de confabulaciones. Pero al final no tienes nada, ni de lo bueno ni de lo malo. Nadie oye tu risa a menos que escribas “jajaja”. No sientes el abrazo que tanto añoras cuando te escriben “un abrazo”. Si te insultan, ni te desgastas en tomarlo en serio. Nadie comprende las emociones detrás de las letras que escribes excepto tú mismo. Se crea una falsa sensación de empatía con el otro, y te da la oportunidad de ser quien quieras ser, indistintamente de si eso corresponde a la realidad o no. De refugiar las propias inseguridades en letras vacías de emoción.

Al menos a mí, la sensación de frustración me sobrepasa hoy. La sensación de frustración derivada de que no solamente los demás, sino también yo misma, perdimos el interés en las relaciones personales de tú a tú, y  nos refugiamos en el ensimismamiento del ícono verde y blanco con un teléfono dibujado. Me permea el sentimiento de impotencia, de abrir los ojos y notar que la soledad está más presente que nunca en nuestras vidas. Pero no hablo de la soledad en el sentido físico, sino del tipo de soledad en que deseas hablar con alguien para desahogarte y lo que tienes es un listado de personas, pero no a alguien.

De repente recuerdo la película Wall-e, en aquella escena aterradora pero increíblemente visionaria, en que todos los gordos seres humanos sobrevivientes del contaminado planeta tierra son incapaces de pararse de una silla voladora y coordinan sus vidas a través de la pantalla que tienen al frente suyo. Me niego a vivir en el mundo creado por Pixar en la película Wall-e. Pero qué triste es admitir que no estamos demasiado lejos de esa realidad.


Adriana.

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sábado, 25 de octubre de 2014

Pensamientos de un regreso a casa

Eran las 9 de la noche. Una de las tantas noches agotadoras que cargaba a sus espaldas desde hacia meses. Una noche como cualquiera de las anteriores, en que el sencillo deseo de llegar a casa, comer algo y recostarse en cama se apoderaba de su mente. Mientras una ciudad afuera del bus rojo se debatía entre el mejor plan para pasar el viernes en la noche junto a amigos, familia y pareja, ella solo quería abandonar ese bus en su estación. Su estación.

No deseaba el ruido, pero quería hablar. Sus bostezos eran continuos e irreprimibles. Pensaba en que debía ir con cuidado, porque no quería que la robaran. Pensaba en los meses que aun le quedaban por delante: las madrugadas de pijama, cafeína y estudio, las mañanas y tardes de mucha cafeína frente a un computador, los atardeceres de intolerancia de una ciudad cansada y camino a casa, las noches agotadoras de lectura y lentes, los fines de semana de biblioteca. Aun quedaban meses para que eso acabara, y en ese momento creyó que no lo soportaría. Quería su tiempo de regreso.

Pero aun inmersa en ese universo de pensamientos, lo vio. En medio de una avenida en movimiento, bajo un semáforo que recién cambiaba a verde, un señor delgado y cansado lloraba con amargura. Lloraba arrodillado, con incredulidad. Lloraba mientras sostenía una bandeja roja que veinte segundos antes cargaba varios vasos desechables, todos rellenos con arroz con leche. Lloraba al lado de la enorme masa blanca que quedó esparcida sobre la avenida. Lloraba mientras los indiferentes automóviles pasaban rápido por su lado, cuidando de no detenerse.

Allá, afuera del bus rojo, había otra fracción de la ciudad que no se debatía por una buena fiesta, una buena conversación o un buen arrunche. Se acabaron en su cabeza de inmediato los pensamientos de autoabatimiento, para para pasar a observar a la gente que tenía a su lado. Celulares, musica, miradas perdidas, pocas conversaciones habladas, muchas conversaciones de letras, abrigos, bufandas, bostezos. Gente cansada que solo quería llegar a su destino. "Y si las puertas de este bus se abrieran acá, te bajarías a ayudarlo?". Su respuesta mental la aterró.

El bus se mueve de nuevo, y el señor se pierde de vista. Ella lo vio, pero el no la vio a ella. Eso fue todo lo que se pudieron conocer: ese instante de empatía anónima e imprevista. Ese instante en que los pequeños privilegios cotidianos adquieren un carácter mal agradecido.  Ese instante de infracturables barreras sociales construidas de indiferencia.

El bus se mueve un rato, hasta que ella llega a la estación, su estación. Camina. Escucha musica. Se permite sentir el frío en sus mejillas. Lleva al señor delgado y cansado en su cabeza. Sus ojos miran al suelo del puente y no al horizonte de la avenida como suele hacer en tiempos de mayor optimismo. Camina. Observa la calle, y cruza al no ver carros. Camina. Observa a su alrededor, no ve a nadie, y abre la puerta de su casa con mayor confianza. Bosteza. Descarga la maleta. No hay nadie en casa. Come algo, lo primero que encuentra. Sube a su cuarto, se coloca su pijama y entra a su cama. Silencio. Piensa de nuevo en la escena del arroz con leche. Se comenta en voz alta, con la plena confianza de que nadie la esta escuchando:

"La perfección es demasiado arrogante".

Adriana

sábado, 4 de octubre de 2014

Historias de un cementerio

Recuerdo muy claramente el día del entierro de mi abuelo, con escasos seis años de edad. Observaba los hechos a la altura de la cintura de la mayoría de personas presentes allí, alrededor de unas escaleras de madera, por medio del cual entraban el ataúd de mi abuelo a una bóveda. Observaba los hechos con la curiosidad de quien entiende que nunca más verá a su abuelo, pero que igualmente entiende que allí era donde debía estar, y que allí estaría de ahora en adelante. De quien entiende que la muerte le duele más a quienes quedan en vida.

Después, pero aún de niña, cuando íbamos a visitar su tumba, mi costumbre era imaginar el tipo de experiencias que podría haber compartido con mi abuelo, si aún hubiera estado con vida. No era un pensamiento nostálgico, todo lo contrario: era un pensamiento lleno de curiosidad. Para ese entonces, las tumbas de soldados caídos por el conflicto armado empezaron a proliferar en el cementerio. Eran las más fáciles de reconocer, porque siempre tenían la foto tipo documento de un joven uniformado en el centro, y porque siempre permanecían con flores frescas. Con el paso del tiempo, también empecé a visitarlos a ellos. Duraba mucho tiempo observando sus fotos, en un ejercicio de lenta comprensión del por qué esos rostros tan jóvenes ya se encontraban enterrados, del por qué sus epitafios decían “recuerdo de tus padres y hermanos”, y no decían “recuerdo de tus hijos y nietos”.  Pero no imaginaba sus muertes, en realidad imaginaba sus vidas.


El Cementerio Municipal nunca dejará de ser mi sitio favorito de Gachetá, población que está cada vez más rezagado en el olvido y en la ignorancia misma de su existencia, pero que se encuentra a dos demoradas horas al oriente de Bogotá. Pero el cementerio es mucho más amplio que las bóvedas en que se encontraba mi abuelo y los soldados. Es más, la imponencia del cementerio de Gachetá está desde su entrada, y la famosa roca en que se encontraba enterrada una niña de nombre inglés, tumba que databa de la década de 1930. Algunos pasos después, a mano izquierda, se ubica la que (en mi concepto) es la zona más majestuosa del cementerio: un pequeño enclave rocoso lleno de bóvedas construidas de forma muy irregular, de escaleras llenas de musgo surgidas a partir de la misma roca, y con un Jesucristo en medio del enclave. Imponente, y una vez adentro, un poco intimidante. Allí se encuentran los muertos más antiguos del cementerio, entre ellos, el bisabuelo que nunca conocí.


A tres minutos de caminata desde el enclave, está la pequeña capilla que demilita el centro del cementerio en cuatro zonas. Cuatro pequeños potreros sobrepoblados de muertos, de cruces erigidas sin ley ni orden. Detrás de la capilla, y caminando hacia la derecha, el pino alto y muy delgado indica la tumba de mi abuela, enterrada allí una tarde muy soleada del febrero de mis quince años. Un día en que de nuevo comprendí que la muerte le duele más a los vivos. Desde allí, se ve el pueblo y las montañas que lo bordean, se escucha el río que da el nombre al pueblo, se hace claro el olor a tierra húmeda del cementerio. Y es inevitable pensar: “todos quienes descansan acá, estuvieron caminando alguna vez allá”.




Y es que la visita a un cementerio nos inserta al mundo de quienes ya saben qué es lo que hay más allá de la vida. Los muertos son los únicos que tienen la respuesta sobre la verdadera religión: son los únicos que saben con seguridad si habrá vida eterna, si habrá reencarnación, si el purgatorio y el infierno son condiciones que se padecen en muerte o en vida. Los lugares del silencio eterno, de la reverencia al recuerdo, de miles de vidas que fueron una historia completa narrada, así como la vida propia es una historia en proceso de narración. Historias que, en el caso de un desconocido, sólo se pueden leer parcialmente a través de la disposición de un féretro, de las condiciones de una tumba, de las flores y los mensajes que lo acompañan. Historias que en el caso de un conocido, se acompañan de una biografía o de un memorial, así como lo hace Cees Nooteboom en Tumbas de poetas y pensadores. Los cementerios son lugares en que los vivos rinden respeto al legado de la humanidad misma, haya sido un legado notorio o modesto legado, conocido por la humanidad o por una única persona. Los muertos tienen las respuestas a muchas preguntas que nunca nadie les hizo en vida.


Y tú, ¿qué le preguntarías a un muerto?

Adriana.

martes, 2 de septiembre de 2014

Las pequeñas violencias de la no-violencia

Uno de los aspectos que he aprendido a dominar de a pocos en el último par de años es eso que llaman “tolerancia a la opinión diferente a la propia”. Al fin y al cabo, toda disputa ideológica la ganan los argumentos, y la persona más sensata del mundo tampoco es propietaria de la verdad absoluta de las cosas. Sin embargo, no deja de causarme curiosidad los argumentos violentos que se usan para defender causas no violentas. Aclaro de antemano que esto NO ES una generalización.

Si usted es usuario frecuente de Twitter, y sigue a uno que otro pseudo “líder de opinión” tuitera, entenderá mejor de lo que le hablaré, por la sencilla razón de que Twitter es un verdadero zoológico de opiniones con un nivel de censura relativamente bajo. Es en Twitter donde he visto a defensores del proceso de paz que estigmatizan de entrada a quien no está enteramente de acuerdo con ellos bajo el título de uribista. Esa posición muy conocida en Colombia de que si no se está con la paz, se está con la guerra. Es en Twitter donde he visto cuentas oficiales de movimientos aparentemente internacionales dedicadas al veganismo en las que hasta un vegetariano es poco menos que un asesino. Es más, en Twitter he visto posiciones feministas tan intransigentes en las que hasta tener el cabello largo es promocionar el estereotipo de mujer débil. Y eso que no he mencionado a algunos grupos cristianos.

Esta corta reflexión viene a sólo una cosa, y es que toda opinión debe ser coherente con la acción que promueve. No tiene mucho sentido defender una causa no violenta por medio de lenguaje provocador o soez. Mucho menos sentido tiene crear brechas discriminatorias alrededor de las causas no violentas. A lo mejor, abandonar la posición del ”yo gano, tu pierdes” es un primer buen paso para la construcción de paz.


viernes, 8 de agosto de 2014

De calles y vida: lo que tiene que contar Gabriel Lisboa

Fue para la época de la presidencia de Alejandro Toledo cuando mis padres y mi hermano tuvieron el privilegio (al fin y al cabo viajar siempre es un privilegio, ¿no es así?) de pisar las calles de Lima. Y fue a partir de su relato, que creé una imagen mental de la capital peruana como una ciudad con fuertes contrastes sociales, quizás más fuertes que los de la misma Bogotá. Sin embargo, por varios días me sentí caminando las mismas calles y los mismos barrios que mis padres y mi hermano caminaron en ese entonces, gracias a un libro que llegó a mis manos en la última feria del libro, y del cual no había escuchado absolutamente nada antes de adquirirlo: Contarlo todo, de Jeremías Gamboa. Y les soy sincera: la Lima que describe Gabriel Lisboa (el narrador de la novela) es increíblemente similar a esa imagen limeña prescrita en mi cabeza, y que cronológicamente coinciden.

Creo que eso fue lo que me enamoró del libro, más que cualquier otra cosa: su capacidad narrativa de hacer sentir al lector no como visitante, sino como residente, de una ciudad propietaria de un bello malecón en un barrio llamado Miraflores, una Universidad de Lima que por momentos asocié con la universidad en la que estudié, los bares y vida nocturna de un sector llamado Barranco, el movimiento y pluralidad del centro histórico de Lima, y la distancia del barrio Santa Anita con el resto de la ciudad y de lo que él, Gabriel, quería para su propia vida.

De hecho, Lisboa inicia el texto marcando una posición de rechazo abierto a lo que había sido su vida luchada en el barrio Santa Anita, y que usa como su principal arma para autojustificar su constante sentimiento de estar en un lugar inadecuado, equivocado, desubicado. A tal punto lo desborda el rechazo a su origen, que decide construir una nueva vida en Miraflores en cuanto los recursos se lo permiten, una vida diametralmente opuesta a la vida en la que creció. Sin embargo, uno de los procesos más hermosos que se desarrollan en el libro es esa capacidad de resiliencia del protagonista con su pasado: si bien los hechos obligan a Lisboa a regresar al Santa Anita, en ésta segunda ocasión él se encuentra en la capacidad de mostrarle su pasado y su presente a personas ajenas al núcleo familiar que lo vio crecer. Incluso a admitir que mucho de lo que él es, se debía al Santa Anita.

El libro en sí es un retrato de vida, ¿y que no es la vida sino un conflicto de sentimientos constantemente yuxtapuestos? ¿De eventos aparentemente triviales, pero que al final son cruciales? No es complicado sentir empatía con los constantes encantos y desencantos del diario vivir de Lisboa, de los trozos de vida que se comparten con otras personas, y de sentir como propio el sentimiento de llegar a la cúspide de todo lo soñado para notar que, sencillamente,  el sueño logrado se desdibujó en distracciones efímeras de falso éxito, un falso éxito difícil de admitir y aún más difícil de abandonar. Así mismo es un relato de la constancia, de lo que me gusta llamar “hacer camino al andar”: la construcción de un camino de vida que, sin ser conscientes de ello,  es construido con los pasos que debemos recorrer antes de encontrarnos de frente con la plenitud del deber cumplido y de las aspiraciones realizadas. Esa moción tan íntima de cada persona, la que Lisboa llama “madurez”.

Es en últimas una invitación la que hace Lisboa, a partir de su experiencia personal. Una invitación a vivir, y a darle un enorme valor y sentido a la amistad. A darse la oportunidad de vivir la vida que uno quiere vivir. A disfrutar las pequeñas victorias y lecciones en las que humildad y orgullo se licúan en el mismo vaso. A seguir los caminos que haya que seguir, aunque a veces retroceder sea parte del camino. Una invitación a sentarse junto a Gabriel Lisboa a contemplar el océano en una tarde de Miraflores, con un documento en Word vacío al frente, y la única finalidad de construir una historia digna de contar. Lo que Lisboa no sabía, y quizás yo tampoco lo sepa con certeza mientras escribo esto, es que todas las historias son dignas de contar, incluida la que uno mismo tiene que contar.

Adrianella 

viernes, 4 de julio de 2014

"Perder si es ganar un poco"

Septiembre del 2013, inicios de mes. En una cafetería cerca a la Universidad, miraba el partido Colombia-Ecuador, uno de los últimos de la clasificatoria al Mundial. Un partido que ganamos, y que lo gocé con absoluta alegría. Para ese momento, la clasificación era casi un hecho, y de a pocos confiaba más en una Selección Colombia que por muchos años me pareció mediocre, que estaba acostumbrada a perder para ganar un poco. Pues hoy 4 de Julio, hoy mas que nunca, estoy de acuerdo con el "profe" Maturana. Hoy, perder sí es ganar un poco.

Creo que los Colombianos tenemos esa particular capacidad de aferrarnos de manera muy fuerte a las pequeñas alegrías deportivas, y atesorarlas bajo el rotulo de "orgullo patrio". ¿Acaso Mariana Pajón no fue orgullo patrio en Londres 2012 cuando muy poca gente siquiera sabia que era el BMX? ¿Catherine Ibarguen? ¿Nairo Quintana? ¿Rigoberto Urán? Y muchos más que se me escapan. Pequeñas alegrías que unen a un país. Sin embargo, ningún evento deportivo me había generado tanta emoción y me había llenado de tanto orgullo, como colombiana, como la Selección Colombia que hoy sale del mundial. Me llenó de un patriotismo que los colombianos estamos acostumbrados a pisotear, un patriotismo al que nos acostumbramos que nos pisoteen. Porque pregunto: ¿Hubiera indignado tanto la caricatura de la señorita Van Dam, si no hubiera sido porque se metieron con James y Falcao, en pleno mundial?

Yo lo dudo. Tanto nos han dicho en el extranjero "cocainómanos", que a ratos nos lo creemos.

En muchos aspectos, el país en el que viví los últimos 20 días es otro. Dos horas después de que Colombia le ganara a Uruguay el Sábado pasado, me subí a uno de esos taxis que acercan a la gente de la estación de Transmilenio de Alcalá al barrio Colina Campestre. Es incontable la cantidad de veces que he cogido esos mismos taxis, pero ese día sucedió algo particular: eramos cuatro desconocidos discutiendo alegremente de la selección Colombia, del mundial, revisando memes y hablando alegremente de lo que se vendría en el partido que hoy perdimos. En el bus, era frecuente ver conversaciones entre desconocidos también apoyando una misma causa. Es verdad, también han sucedido cosas desagradables en estos días: quienes atracan y chalequean cual si fuera Diciembre, los atentados en Bogotá y en el país que han pasado de agache, las primeras consecuencias de la mermelada reeleccionista, y quienes se los traga la tierra para no enfrentar la justicia. Claro: el fútbol es cortina de humo para que todo esto pase de agache.

Pero el país que sueño e imagino es uno que viva en un eterno mundial de fútbol, que pueda debatir alegremente en un bus y en un taxi sin que nos vayamos a los mechonazos o a las balas por defender ideas que solo nos dividen. Debatir alegremente por un país que en definitiva solo es uno, al igual que la Selección Colombia.

Gracias muchachos. Con ustedes ganamos mucho mas que "un poco".

Adrianella.

domingo, 22 de junio de 2014

¿Un mundo feliz?


“Grande es la verdad, pero mas grande todavía (…) es el silencio sobre la verdad”

“Un mundo feliz” de Aldous Huxley ha resultado ser un libro extrañísimo. De ese tipo de libros que resultan desarrollarse de una manera completamente diferente a la que uno espera. Un libro cuestionador, y que logra lo que pocos logran: volver repulsiva la idea de perfección y eficiencia absoluta.

La expectativa de un libro que habla explícitamente sobre una reflexión a la sociedad se desinfló desde el comienzo: un vocabulario científico, químico y biológico al cual estoy completamente desacostumbrada, provocó que me dieran ganas de renunciar al libro en más de una ocasión. Pero cerca del final, comprendí que el momento en que la obra permitiría debatir sobre la construcción social sólo requería de tenerle  paciencia al texto. De este modo, el mundo feliz planteado por Huxley pasó de ser en primera instancia incomprensible, en medio de la estandarización humana y la creación de “castas humanas” determinadas ambas genéticamente; a ser un mundo feliz hedonista, dominado por los placeres del soma (un alucinógeno sin efectos secundarios), el sexo, el no cuestionamiento al orden establecido y la completa evasión a cualquier tipo de sufrimiento;  a ser finalmente un mundo feliz completamente retorcido y falso, un mundo cimentado deliberadamente bajo una premisa que enuncia: “la felicidad y estabilidad de una sociedad tiene un precio muy costoso: el precio de la verdad y de la belleza”.

El tratamiento que se le da a todo lo “diferente” es otro rasgo característico del libro. Un ejemplo de esto, es que la actitud crítica e inconforme del personaje de Bernard, para toda la sociedad feliz, ese atribuye a que “alguien inyectó alcohol en el sucedáneo de su sangre”. Otro claro ejemplo es El Salvaje, el foráneo, el extranjero: con sus costumbres diferentes, y por el hecho de haber sido concebido mediante un parto normal y no en un laboratorio, el salvaje era objeto de curiosidad para la sociedad feliz y, al final, su conocimiento sobre literatura y las emociones humanas pasionales es catalogado como subversivo para el mundo civilizado. Un tercer ejemplo es Helmholtz, a quien su obsesión por construir historias que inspiran sentimientos melancólicos le valió el exilio, al igual que a Bernard. El cuarto ejemplo es Linda, madre de El Salvaje, originalmente criada en el mundo civilizado pero posteriormente rechazada por éste, al haberse atrevido al "sucio acto" de dar a luz.

Sin embargo, resulta curioso como los administradores más importantes del mundo feliz, siendo más jóvenes, estuvieron al borde de la subversión así como Bernard o Helmholtz. Ellos, los administradores, quienes esconden el conocimiento, el arte y la religión, quienes administran la programación genética y cognitiva de cada casta, admiten haber preferido el poder de administrar al mundo civilizado que subvertir orden establecido, sólo para salvaguardar una idea de sociedad feliz en que cada ser humano sea programado para sentirse satisfecho con la casta en que nació, su labor ejercida, sin deseos excesivos, y sobre todo: una fe ciega en que la sociedad no podría marchar mejor de otra manera. Tal es el punto de control de los administradores sobre los individuos que, a la hora del destierro del mundo civilizado, describen al desterrado prototípico como a “todas las personas que, por una razón u otra, han adquirido excesiva conciencia de su propia individualidad para poder vivir en comunidad. Todas las personas que no se conforman con la ortodoxia, que tienen ideas propias. En una palabra, personas que son alguien”.

Dado todo lo anterior, es inevitable hacerse preguntas y comparaciones con la sociedad actual. No catalogo a Huxley de profético, pero sí es impresionante lo visionaria de su obra, la cual fue escrita en la Europa de entreguerras. Y aún más en tiempos actuales, en que la modificación genética empieza a invadir los más sencillos aspectos de la vida cotidiana. En lo personal, sólo me queda una pregunta. Y sin querer, la respondo parcialmente en el primer párrafo de este escrito:


¿Abolir todo tipo de expresión de individualidad humana es la única manera de lograr una sociedad funcional y feliz? 

Adrianella

domingo, 8 de junio de 2014

¿Seremos más felices entre ataúdes?

Hoy cedo mi espacio en el Adrianellario para dejar unas preguntas que encontré en una columna de opinión titulada "No seremos más felices entre ataúdes", de Christian Valencia, escrita el 2 de Junio. Las coloco sólo porque me aterró reconocer a la gran mayoría de nombres enlistados. Porque es una narración cronológica, nombre a nombre, asesinato a asesinato, de mis 24 años de vida.
En este punto electoral, la cosa es así: la mermelada, o seguir engrosando esta lista. En lo personal, ni sé qué es peor. Lo único que sé, es que la vida siempre está primero.
Espero yo tampoco equivocarme con mi elección el próximo Domingo.
Adrianella.

¿Por quién votarían los muertos de esta guerra fratricida?
¿Por quién votaría Jaime Garzón?
¿Por quién votaría Andrés Escobar?
¿Por quién lo harían Mateo Matamala y Margarita Gómez?
¿Por quién votarían las mujeres asesinadas en Bahía Portete?
¿Por quién votaría Guillermo Cano?
¿Por quién Héctor Abad Gómez?
¿El sargento José Cortez?, que defendió a Romeo Langlois.
¿Y Jaime Jaramillo Ossa?
Y Manuel Cepeda Vargas, ¿por quién?
¿Por quién lo haría Jaime Pardo Leal?
¿Por quién los muertos de El Salado? ¿O los muertos de El Billar?
¿Y los de Trujillo (Valle)?, que bajaban por los ríos para ser recogidos del agua, podridos y sin patria, por la caridad de los marsellenses.
¿Y Los muertos de la toma de Mitú? ¿O los soldados que murieron en Tacueyó?
¿Por quién votaría José Antequera?
¿Los que cayeron en Mapiripán?
¿Por quién votarían los muertos de Nueva Venecia?
Elsa Alvarado y Mario Calderón, ¿por quién votarían?
Y aquella defensora de los Derechos Humanos, Carmenza Trujillo Bernal; o Yolanda Izquierdo, líder de la Organización Popular de Vivienda; u Osiris Jacqueline Amaya Beltrán, maestra wayú, defensora de desplazados, ¿por quién?
La enumeración es injusta porque la lista es interminable.
Más de 220 mil personas que cayeron en esta guerra de tanto tiempo. Y seguimos contando.
CRISTIAN VALENCIA

El artículo original lo encuentran en este link: http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/no-seremos-mas-felices-entre-ataudes/14067519

lunes, 2 de junio de 2014

La responsabilidad de ser colombiano

Regreso con esta entrada, ya con la cabeza fría después de las elecciones de primera vuelta. 

Uno de los comentarios que más me llamó la atención (de toda la gama de comentarios que leí) durante el guayabo electoral de al menos el 80% de los contactos de mi Facebook el domingo de elecciones pasado, decía algo así como que no importaba mucho quien ganara o perdiera, con tal de nunca perder el ánimo de levantarse todos los días a trabajar o estudiar para construir un mejor país.

Más allá de estar o no de acuerdo, el comentario me invitó a pensar de manera más rigurosa de lo que lo venía haciendo, en qué aporta cada ciudadano al bienestar de un país, de éste país. Porque sí: usted, yo, quienes trabajan con usted, quienes trabajan conmigo, y así hasta que completemos 47 millones de personas dentro de ese fragmento de tierra al noroccidente de Suramérica, somos parte de un entramado social llamado Colombia: “Nuestra patria querida” diría Lucho Bermúdez, “país del realismo mágico” para algunos lectores de García Márquez,  “país mediocre” según Santiago Moure y Martín de Francisco, o “país de mierda” como dijo alguna vez César Augusto Londoño. Usted escoge el apelativo, pero eso no lo hace menos colombiano ni le resta importancia como ciudadano.

Mi percepción, después de conversarlo con varias personas, es que tenemos tremendamente subdimensionado el poder individual que cada uno tenemos como personas y como ciudadanos de transformar, de enseñar con el ejemplo. La paz no es firmar un acuerdo bilateral en una isla caribeña sabor a mojito, sino tener la suficiente capacidad de tolerancia (de nuevo, bilateral) para convivir con alguna otra persona (o 47 millones más de ellas). La  prosperidad económica no es hacer una rueda de negocios para repartir las zonas petroleras entre las multinacionales atraídas por la confianza inversionista, sino trabajar o generar empleo de manera responsable y sostenible. Desde este punto de vista, paz y prosperidad se limitan simplemente a una cosa: conocer y ser respetuosos con las reglas de juego, y ese es un ejercicio netamente individual.

Me devuelvo ahora al mismo pantallazo de Facebook del domingo electoral, y al menos la mitad de ese 80% de comentarios de inconformismo con el resultado electoral planteaban, en broma o en serio, la posibilidad de irse del país. Si bien con este tema tengo rabo de paja (porque lo he pensado, más de una vez, y más en serio que en broma), lo cierto del asunto es que irse del país debería ser una convicción de vaya más allá de “me largo de este basurero a desentenderme de Colombia”. En ese sentido, la posición del colombiano es algo acomodada al criticar cuando sufre un atropello, o lo que es peor: a callarse cuando se le da voz.


A veces pienso que los colombianos sencillamente nos acostumbramos a la humillación, como si fuéramos una sociedad acostumbrada a que las personas las silencien con balas o con insultos en el mejor de los casos. Tan acostumbrados a los muertos y a las creativamente violentas formas de asesinato que se ven acá, que un muerto más “qué más da”. Tan burlados constantemente por los gobernantes democráticamente electos que un voto menos para la próxima “qué más da”. Pero en últimas, siempre que usted conozca y sea respetuoso con las reglas de juego, construye más “paz y prosperidad” de lo que podría hacerlo cualquier presidente que se elija. Eso es lo importante, aunque la gran mayoría no lo dimensione.

Adrianella.

domingo, 25 de mayo de 2014

La primera vuelta

Portar una manilla verde, antes de primera vuelta, era más un simbolismo de que estoy cansada de la situación de Colombia: de la pobreza, de la corrupción, de la injusticia, de la inseguridad, de la violencia, del desempleo, de la falta de oportunidades, y de no llamar las cosas por su nombre y esconderlas bajo el mantra de la seguridad democrática. Sabía que, votar por Mockus, más que por estar convencida de sus ideales y de sus métodos, era un signo de repudio todo lo anterior. Sin embargo, y ante la disyuntiva de la propuesta de otro candidato mientras contemplaba el tarjetón, me dejé arrastrar por la ola.

Los resultados de la primera vuelta, ya los sabemos todos. Y me deja muchas preguntas: ¿Cómo es posible que participemos de la política? ¿Es que nos gusta la tortura de saber que estamos siendo engañados y que a nadie pareciera importarle?
(…)

Amanecerá dentro de 4 años y veremos.


Esto lo publiqué en mi Facebook hace 4 años, quien quiera puede buscarlo.

Y cuatro años después les digo algo. Aquí nunca ha mandado Santos. Aquí no va mandar Zuluaga. Acá manda Alvaro Uribe Vélez, tinto en mano. Mandó por ocho años, subió a Santos hace cuatro, y hoy tiene parcialmente montado a su candidato Zuluaga, y una buena parte del Congreso. Fin de la historia. Así es, gústele a quien le guste.

El país de la violencia y la corrupción perpetua.

El país del silencio sangriento con un avergonzante 60% de abstención.

El país al que le mienten en la cara y le importa un bledo.

El país de los montajes y la mermelada.

Este país es una gastritis que ya no vale la pena sufrir.

Adrianella.

domingo, 11 de mayo de 2014

Carta a la posible madre que seré

Hola Adriana:

Antes de que leas lo que tengo por decirte, quiero que pienses y recuerdes en todos los momentos que has compartido con tu madre. Seguramente la mente se te quede corta de recordar todos y cada uno de los flashback que pueden estar llegando a tu mente. Conoces bien esos flashback, es posible que sean los mismos que tengo ahora mismo, en el momento en que escribo esta carta. De chica, de adolescente, de joven adulta; en los momentos alegres y en los no tan alegres. Tenlos ahí guardados, que luego te los volveré a nombrar.

Adriana, te conozco. Piensas mucho en cómo convertir el mundo en un lugar mejor, es casi que uno de tus temas de conversación favoritos, y una de tus principales angustias es que el mundo sea muy diferente a lo que consideras “un mundo en el cual vivir”. Dentro de ese arsenal de preguntas sin responder que existen en tu mente Adri,  ¿has pensado en el tipo de madre que quieres ser? ¿cómo te gustaría que te vieran tus hijos?
Yo sé que tú piensas que la maternidad es el trabajo más desagradecido que existe. Piensas que los niños sólo son lindos cuando están chiquitos, pero que cuando elaboran su propio criterio y salen al mundo en su edad adolescente, su mundo rebelde construido en la cabeza hace que sean las personas más groseras y odiosas del mundo tanto con padre como madre. ¿Y después? Tu madre pasa a ser esa persona de consejos sabios en momentos malos, y palabrería inocua en los momentos en que todo sale bien. Si lo ves así, claro que es un trabajo desagradecido. Te lo digo con todo el cariño del mundo Adriana: fuiste, y eres, ese tipo de hija. Y lo que no quieres es que tus hijos te vean así. Cuidado que no te estoy diciendo que el cariño a tu madre no sea casi supremo. Pero una cosa no necesariamente implica la otra.

Quizás hayas pensado más en el mundo que quieres para tus hijos, que en tipo de madre que quieres ser para ellos. Quieres un mundo en que tus hijos se puedan educar y se garanticen sus libertades. Pero te digo una cosa, y es que la madre es el mundo entero de un hijo. ¿De qué le sirve a un niño el mundo más perfecto posible, si no le diste lo mejor de su amor durante tu rol de madre? Tu no quieres que tus hijos que se sientan abandonados, solos, melancólicos, no queridos ni mucho menos incapaces. Tú deseas para ellos una infancia tranquila y feliz, sin sobresaltos. Deseas ser ese tipo de madre de la cual sus hijos se alegren al verla llegar.

Y Adri, ¿sabes cómo ser ese tipo de madre? Claro que no. Tu eres de las que piensa que la maternidad es un “learning by doing”, una improvisación, que nadie realmente te prepara para ser madre pero que te dan un pequeño lapso de nueve meses para que aprendas rápido y te hagas a la idea de que el rol es por el resto de tu vida, barriga mediante. Dominas perfectamente la razón, pero la condición humana de la maternidad es otro mundo para ti, que no incluye razón.

Así las cosas, tu piensas que ser madre es desagradecido y que también es un oficio que se aprende sobre la marcha. Pues súmale algo a eso: deben lidiar con sus propias vidas, además. Para ti, ese conjunto de tres cosas te parece completamente de locos.

Y por eso mismo, la maternidad te parece un trabajo tan admirable.

Piensa Adriana que tu mamá aceptó ser madre tuya la cuarta vez que le dijeron que sería madre. ¿Te imaginas aceptar todo eso, incondicionalmente, cuatro veces? No le importó que fuera un trabajo desagradecido, ni que tuviera que aprender por cuarta vez sobre la marcha, ni tener que lidiar con su propia vida, que ya incluía tres hijos más. Para quitársele el sombrero.

Te invito a que regreses a las imágenes del comienzo, a los flashback. No te diré nada al respecto, pero de nuevo te dejaré la pregunta:


¿Qué tipo de madre quieres ser?

Adrianella

domingo, 4 de mayo de 2014

Colombia y el país que ama compararse

Máteme a todos los de las FARC, a los paramilitares, los curas,
los narcos y los políticos, y el mal sigue: quedan los colombianos.
@FVallejoQuotes

Hace exactamente una semana, un amigo me dejó vía Facebook el link a un video, y ni corta ni perezosa, lo vi al instante. Sin embargo, pensé tantas cosas al mismo tiempo a medida que lo veía, que preferí dejar decantar toda la información y mis opiniones hasta el día de hoy, en que me dedicaré a dar respuesta al “¿Qué piensas de esto? “ que estaba adjunto al lado del link.     

El video se titula “¿Por qué los colombianos somos pobres?”, y resume la discusión del por qué en Colombia, siendo un país tan rico en recursos naturales, hay gente tan pobre al lado de Japón y Suiza, que no tienen recursos naturales. La discusión de por sí no es novedosa. Pero el argumento subyacente en el video es que la razón para la existencia de tanta pobreza en el país, es la mentalidad de país pobre de cada colombiano: de que necesitamos que nos ayuden, y entre más lastimeros y necesitados nos veamos, mejor. Del amor al dinero de corto plazo a costa de lo que sea, incluso de la vida del otro. De la falta de confianza entre colombianos y del preferir la desgracia ajena al triunfo propio. De que las cosas sean más importantes que las personas. De que el Gobierno o a la guerrilla son los culpables de todo lo que pasa. Entre otras razones. Y hasta ahí estoy de acuerdo.

Es cierto que vivimos en un mundo globalizado. Pero con lo que no estoy de acuerdo es con esa manía que tenemos los colombianos a siempre compararnos con cuanto referente extranjero no latinoamericano exista e idolatrarlo al límite, en lo que concierne al mundo político y económico. Pero sobre todo, no estoy de acuerdo con ese deseo de imitación subyacente a la comparación. Que los japoneses y suizos sí son, y el colombiano no es, por tanto debemos imitar a japoneses y suizos en lo uno y lo otro, a ver si algún día somos como ellos. Igualito pasa con Estados Unidos.

En lo personal, considero que muchas cosas no funcionan bien en Colombia: desde la mentalidad de pobres ya mencionada, hasta la enorme ineficiencia del Estado colombiano como administrador del país. Pero si bien es fácil criticar, también es igualmente fácil imitar. Considero que lo fundamental a tomar en cuenta es que el legado histórico de japoneses, suizos y colombianos es radicalmente diferente entre sí, y que de ese legado histórico es que proviene todo el andamiaje institucional en cada uno de los países. No es que japoneses y suizos hayan decidido ser así, es que así es su cultura. Los colombianos tampoco decidimos ser así, así es nuestra cultura. Y qué le vamos a hacer, aquí nacimos. Una opción es negar la patria, la otra opción es asumirla. Me niego a creer en la existencia de sociedades perfectas.

Frente a este tema, siempre he tenido una pregunta: ¿Es muy difícil desarrollar un modelo propio colombiano, con todo su legado cultural e idiosincrasia incluida, y lograr como resultado una sociedad más equitativa y justa? ¿Sin necesidad de recurrir a la imitación de modelos extranjeros? ¿O tan fregados estamos como sociedad colombiana?

Adrianella.

Dejo aquí el link al video:





domingo, 27 de abril de 2014

¿A qué viene este blog?


No se debe preguntar el “¿por qué?” de las cosas, sino el “¿para qué?”
Ángela Jaramillo

Este proyecto del Adrianellario, a diferencia de casi todo el resto de cosas que he hecho en mi vida hasta el momento, no tiene ni objetivo general y aún menos un objetivo específico. Sin embargo, para tratar de explicar - y explicarme - la razón de ser de este blog, contaré un poco en qué momento de la vida estoy. Una fotografía escrita de lo que hay detrás de la sonrisa o una expresión seria de una de las selfies que publico en Facebook.

Cuando tenía ocho años de vida, recuerdo haberle pedido a mis papás con bastante insistencia un curioso “juguete”: un globo terráqueo, que me ha acompañado desde entonces en una mesita cerca a mi cama. Capricho cumplido, y capricho basado en una de mis pocas verdaderas manías: querer  saber dónde queda todo.  Más allá de querer tener el control espacial de todos los países y capitales del planeta tierra, hoy por hoy admito que ese globito es casi un objeto de veneración. Prueba de ello es que, alrededor del “juguete”, he ido colocando todos aquellos souvenir que han llegado a mis manos provenientes de tierras extranjeras. Objetos sencillos, a los que sólo les puedo dar un significado: son un trocito de mundo, y me hablan acerca de un trocito de ese globo.

Sin querer, ese globo ha sido uno de los principales constructores de mis sueños. De adolescente ingenua, observaba esa isla en que se encuentra ubicada Inglaterra, y localizaba esa pequeña ciudad que hospeda el que, con 14 años, era el lugar de mis sueños: la Universidad de Cambridge. Un año después, el dedo índice de mi mano derecha se adentró en Europa y llegó al norte de Italia. Seamos exactos: a Milán, hogar del equipo de futbol de mis amores, el AC Milan. Ese sentimiento de emoción de querer ver a su equipo favorito en su casa soló me lo entendería un fanático del futbol. Casi cinco años pasaron para que volviera a obsesionarme con un lugar del mundo. Ya de 21 años, Tokyo era el fondo de pantalla de mi computador personal, y del computador de la oficina en que trabajaba en ese entonces. Lafcadio Hearn, ese escritor inglés que  tanto me contó de la vida cotidiana en la Era Meiji y de las antiquísimas leyendas japonesas, tuvo bastante que ver. Más recientemente, mis ojos están puestos en otra isla (¡qué cosita con las islas!) de vida tranquila, sencilla, paisajes impresionantes, llena de oportunidades y bastante lejos de todo: Nueva Zelanda.
El problema con esos sueños, es que aún son sueños. Y aquí es donde llego al presente. Y mientras veo el globo del que tanto he hablado, escribo esto.    
                                                                              
Esos sueños que acabé de mencionar, son parte muy importante de los sueños que tengo en la vida. Después de haberme graduado, con casi dos años de experiencia laboral encima, y tratando de terminar una tesis de maestría, mi comprensión del mundo ha cambiado radicalmente respecto a la joven que entró a la Universidad en 2007 con ganas de comerse el mundo. Desde luego: bastante tiempo, estudio y personas han pasado por ahí. Pero lo que no ha pasado por ahí, es darle cumplimiento a esos sueños. Y en ese proceso he notado bastantes otras cosas. Una de las más complicadas de lidiar, y más en los tiempos que estamos (y aún más en mi profesión de economista), es la angustia de tener que ir a una oficina en un horario fijo para “ganarse la vida”. El problema no es trabajar, el problema es no ser la dueña de mi tiempo.

Ya que menciono la profesión del economista (la otra parte de los sueños que tengo en la vida, y podría dedicarle entradas completas a esto). Jamás pensé en estudiar economía con la idea de trabajar en un banco, y hoy lo sostengo con más vehemencia que nunca. Entré a esta carrera con la idea de entender el mundo, bajo el argumento de que “todos los problemas del mundo, al final, son económicos”. En el quehacer académico y laboral acumulado hasta el momento, noté que lo terrible no es descubrir que tenía bastante razón con ese argumento, sino el no tener la capacidad de acción que desearía  ante tantas injusticias económicas que hay, debido a que no soy la dueña de mi tiempo, y debo “ganarme la vida”.

Hacer un blog es tan solo una manera de hablar, de manifestar, de opinar y de poner en práctica algo que disfruto mucho hacer: escribir. Una pequeña vía de escape al “no ser dueña de mi tiempo”, “ganarme la vida”, y la ansiedad que genera la presión de terminar una tesis. Una característica de mi mente es que va bastante más rápido que mis pies; se trate del mundo real, o del bello y tortuoso mundo de la imaginación. Quizás un blog me ayude, por qué no, a no dejar escapar tanto los pensamientos. A comprenderme un poco más a través de lo que escribo, como persona. A verbalizar las comprensiones que tengo  del mundo sobre el cual escribo, compartirlas, y ¿por qué no? Discuturlas. Para eso era el globo, ¿no? Para conocer el mundo a través de él, sin haber viajado. Para eso ser economista, ¿no? Para entender el mundo y el origen de sus problemas. Y toda la vida que hay más allá, que también son sueños y aspiraciones. Pasos dados, pasos por dar.

¿Por qué un blog? Para eso no hay necesidad manifiesta.

Dice una frase que escuché por primera vez de manera consciente por allá en el 2008, de la voz de Joan Manuel Serrat y del puño de Antonio Machado, “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Desde ese entonces, y poco a poco, esa sencilla frase se convirtió en mi consigna de vida.

¿Para qué un blog? Eso es algo que el camino me ira diciendo.

Adrianella.


domingo, 20 de abril de 2014

De la muerte de García Márquez y la tolerancia política

Es posible que con la muerte de Gabriel García Márquez suceda lo mismo que con la muerte de Michael Jackson: dentro de cinco años alguien le puede preguntar a un colombiano “Donde estaba usted cuando se enteró de la muerte de García Márquez?” y de seguro más de uno le sabrá responder. O bueno, casi cinco años después yo sí me acuerdo dónde estaba cuando me enteré de la muerte de Jackson: en mi cama, recién operada.

Vayamos más allá de la anécdota, y desde ya dejo en claro que no voy a hablar de la vida y obra del Nobel. Desde el momento en que salió la noticia, llegaron los memoriales y me incluyo en esa torta: las citas en Twitter, las entradas de blog dedicadas al escritor, las personas que alabaron su obra en Facebook, quienes publicaron sus artículos más antiguos y recientes, las que lo mandaron al infierno y quienes le desearon descanso eterno. Quiero dedicar esta entrada a aquellos personajes oportunistas que se han beneficiado de la muerte del escritor, pero se la quiero dedicar aún más a las personas que se han dedicado a criticar su vida. Si tan criticables son las acciones  y la posición política de García Márquez, ¿por qué nadie dijo nada antes, mientras estaba con vida?

Estoy de acuerdo en que una persona de derecha no apoye una postura de izquierda como la del escritor y que lo manifieste en público, pero que cualquier persona le desee el infierno no es… ni siquiera ignorancia, es en realidad una evidencia de la bajísima tolerancia a la opinión diferente, punto de partida a cualquier tipo de violencia.   Cito el numeral 4 de las disculpas ofrecidas por la señora Cabal: “Sin embargo, compruebo una vez más que la libertad de expresión en el medio colombiano resulta una actividad de alto riesgo, cuando es ejercida por quienes rechazamos la promoción de regímenes que atentan contra la dignidad humana, como lo ha sido el castrismo desde hace 50 años”. Me da la impresión de que Cabal ignora las altísimas cifras de violaciones al ejercicio periodístico en este país (encabezadas por el asesinato a Jaime Garzón), y que ese “alto riesgo” también aplica para quienes defienden posiciones de izquierda “en el medio colombiano”.  Sólo me queda darle un consejo a Cabal para el ejercicio político de sus próximos cuatro años: tenga cuidado con lo que dice, usted es representante de toda una ciudad en el lugar en que se toman las decisiones de este país.

La segunda vertiente es para quienes consideran que García Márquez es un desagradecido con Colombia, que por su fama y dinero tenía la obligación moral (para ponerlo en las mismas palabras de Salud Hernández) de reconstruir Aracataca y ejercer de alcalde no nombrado. Mi humilde opinión sobre el tema es que, así García Márquez hubiera vivido en un palacio construido en la misma Aracataca,  su labor como escritor no era esa. De hecho, considero que es una posición algo provinciana: entonces Shakira, Falcao, Mariana Pajón, Sofía Vergara y cualquier persona que haga dinero y fama en el exterior está en la “obligación moral” de ayudar a su comunidad. A mí me basta con que sean representantes del buen nombre de Colombia. Sinceramente, le hace más daño a Aracataca (y al país) que se roben los impuestos para las obras públicas. Y hasta donde sé, no son los escritores quienes administran el rubro fiscal del país.

A estas alturas de la reflexión, me parece hasta hipócrita que quieran repatriar el cuerpo (o bueno, las cenizas) sin vida de García Márquez y darle sepultura acá sabiendo que nadie insistió en que su cuerpo con vida regresara al país. Pero sin duda, la muerte del escritor  deja en evidencia esa gravísima grieta existente en la cultura colombiana, sobre todo en la cultura política: ¿qué tan dispuestos estamos a tolerar a la persona que tiene una posición política diferente? Aquí es donde regreso a las disculpas de Cabal, citándola: “Soy una defensora incansable de los principios democráticos, de los derechos de los hombres y las mujeres y de la libertad de expresión”.  Y de nuevo le respondo, diciéndole que uno de los principios de la democracia es la aceptación e inclusión de todas las posiciones políticas.

Adrianella

Pd. Quien quiera consultar las cifras a las violaciones de libertad de prensa en Colombia, están disponibles en el siguiente enlace: http://flip.org.co/cifras-indicadores

Referencias:

“María Fernanda Cabal se disculpa por declaraciones contra Gabo”. Disponible  en: http://www.elespectador.com/noticias/nacional/maria-fernanda-cabal-se-disculpa-declaraciones-contra-g-articulo-487626