sábado, 27 de diciembre de 2014

Antologia de un año que se acaba

Cada 30 o 31 de Diciembre, desde que tengo unos diecisiete años, escribo una pequeña lista con doce objetivos a cumplir en el año que entra. De ese modo, el 30 o 31 de Diciembre siguiente reviso cuáles de esos objetivos finalmente sí se cumplieron y cuáles no, y de nuevo realizo una nueva pequeña lista con doce objetivos para el siguiente año. La cosa es cíclica, pues, desde ese entonces. El origen de este pequeño ritual, dicho sea de paso, se basa en no pensar ni inventar objetivos mientras intento comerme (sin ahogarme en el intento) doce uvas a la velocidad de las campanas del Apocalipsis de Radio Melodía, tal cual reza la tradición de Año Nuevo en Colombia.

Eso me trae al día de hoy 27 de Diciembre de 2014: día en que, con algo de anticipación, revisé qué se hizo y qué no se hizo en este año que pronto se acaba.  Pues resulta que, de esa lista, solamente dos se realizaron a cabalidad completa. Y en años anteriores, también se me han quedado objetivos en remojo, algunos siguen siendo sueños por cumplir. Pero en el ejercicio de éste balance, caí en cuenta por primera vez que el éxito o fracaso de un año de vida jamás podría medirse en la cantidad de chulitos o equis al lado de cada uno de los objetivos. Y les diré por qué.

El 2014 comenzó con un viaje que despertó mi lado más explorador, un viaje que despertó mi lado más caminante. Soy de las personas que considera que los viajes enseñan más que una institución educativa, y éste viaje me enseñó a respetar la perfección del silencio y de la naturaleza en sí, a apreciar la pureza del aire y el sonido del agua corriendo en un río. Conocí una nueva parte de mi país, y no precisamente la más turística. Grandes placeres para alguien que vive en el Distrito Capital el resto del año, y que no toma muy seguido jugo de arazá.

El 2014 comenzó con el deseo de descanso de quien tuvo un Diciembre demasiado agotador a nivel laboral, pero sabía que tenía que conseguir un nuevo trabajo porque… bueno, hay que trabajar, mantenerse, hacer experiencia laboral, ahorrar, gastar, y todas esas cosa que exige el mundo del joven adulto en la ciudad. El trabajo llegó en el momento en que menos tenía afán por conseguirlo, pero éste año me sorprendió con la grata sorpresa de encontrar un trabajo que me gusta, en un tema que me gusta y que necesita más gente: el sector marítimo. Un año a nivel laboral muy interesante.

El 2014 comenzó a sabiendas de que debía cerrar sí o sí un ciclo académico pendiente: la maestría. La tesis que se requería como último (y más alto) escalón para el grado terminó siendo un reto más de fortaleza mental y de disciplina, que de fortaleza académica. Porque sí, durante el tiempo que cursé la maestría y realizaba la tesis, fueron el cansancio y la añoranza de tener tiempo libre los que se apoderaron de mi estado de ánimo. Por eso, una gran satisfacción de este año ocurrió una lluviosa tarde de Septiembre, en que finalmente supe que me graduaría después de dos años previos bastante complicados de estudio, trabajo, y dominación de la propia tranquilidad.

Fue un año de risas, de lágrimas, de baile, de muchas horas de estudio, de reuniones con amigos, de periodos de fuerte soledad, de madrugadas al teléfono, de amaneceres sabor a café, del mejor mundial de futbol que se pueda disfrutar, de introspección, de creer, de lecturas y escrituras, de impotencia, de fotos, de reconciliación, de almuerzos risueños, de cuestionamientos éticos, de largas y cortas conversaciones, de cercanías en medio de la distancia, de unión, de aprendizajes cotidianos, de más atracos que en el resto de mi vida, de confrontación profesional, de maduración, de caminatas, de escapadas en búsqueda de silencio, de luchar hasta las últimas instancias, de valoración de los pequeños privilegios, de atesoramiento de grandes instantes y de reconocimiento de que no hay mayor perfección que la que hay en la naturaleza y que por ende le debemos todo el respeto posible.

Sobre todo, fue un año de agradecimiento profundo con el pasado. El 2014 fue el año de transición que creía que sería desde el comienzo, no sólo a situaciones a nivel personal sino a situaciones que se salen de mi control y que por ende debo aceptar. Sí: la lista de propósitos para el 2014 sólo tiene dos chulitos de objetivos cumplidos, pero no por eso dejaré de considerar que, a pesar de todo, fue un año de fuertes aprendizajes que siempre, pero siempre, son ganancia en el camino que es la vida. La premisa para el 2015, lo diré desde ya, es salir del todo de la zona de confort. Y hacer la lista de doce propósitos para el año que entra, porque no me quiero atorar con doce uvas en la boca la noche del 31.

¡Feliz año!


Adriana

sábado, 13 de diciembre de 2014

La elección entre Tener o Ser

A los pocos días de cumplir los dieciocho años, finalicé el primer año de mis estudios en economía, no sin cierto malestar vocacional que me acompañó durante el receso de fin de año de hace – ¡Cómo pasa el tiempo! – siete años. Fueron un par de meses de bastantes cambios en mi manera de pensar. En primer lugar, porque ésta fue la famosa navidad de La Historia del Pescado que, sin entrar en muchos detalles, me arrastró a la vida vegetariana. Y en segundo lugar, porque decidí abrir las páginas de un libro que desde hacía rato quería leer: Tener o Ser, de Erich Fromm. Era el mes de Enero cuando eso sucedió.

Recuerdo muy bien que esa noche – sí, fue en la noche – leí el primer capítulo del libro de manera obsesiva. Recuerdo cerrarlo, e inmediatamente después, haber comenzado a escribir sin mucho orden todos los pensamientos en mi cabeza. Recuerdo flechas, letras desiguales, y por lo menos dos horas en este ejercicio en que se me fueron bastantes páginas de cuaderno. Pero lo que más recuerdo, es que era la medianoche pasada y no podía controlar el temblor de mi cuerpo, del pánico que sentí por el mundo, por el futuro. Y no lo pude controlar en lo que quedaba de noche. Pocas veces en mi vida he sentido tanto susto.

Fueron días de crisis existencial, de un fuerte sentimiento de desolación por todo lo que sucede en el mundo: hambre, pobreza, destrucción ambiental, pero sobre todo me perturbaba el tema de vivir en una sociedad hedonista mas no feliz. Es decir, ¿Me estaba diciendo Fromm que me encontraba viviendo en un sistema social diseñado en una especie de círculo vicioso de felicidad ilusoria pero de insatisfacciones permanentes? ¿Me estaba diciendo Fromm que el mundo esta(ba) condenado a la destrucción solo por un afán de lucro usado como combustible del sistema social diseñado en una especie de circulo vicioso? El malestar vocacional creció, pero con esas preguntas en mi cabeza me fui de viaje de manera casi sorpresiva.

Mi relación con el mar es bastante bonita. Le tengo un profundo amor y respeto. Fue el mar el catalizador de éstas preocupaciones y, por unos días, me hizo sentir que la sencillez de la naturaleza es más poderosa que cualquier preocupación humana. Y el mar no me dio una respuesta, pero sí me dio la calma para comenzar a desatar la angustia que sentía por el mundo, por el futuro, y por mi carrera.  El fin del malestar vocacional llegaría debido a los eventos ocurridos a lo largo de ese año, y surgidos a raíz de una llamada que recibí el último día de esas vacaciones.

Y claro que la economía tiene una respuesta a esas preguntas. Bueno, en realidad tiene muchas respuestas a esas preguntas, dependiendo de la teoría que se use. Pero en el ejercicio reciente de mi profesión – irónicamente relacionado al mar – el sentimiento de desolación por el mundo y el futuro va in crescendo de nuevo. Hace pocos días, le expresaba con angustia a uno de mis compañeros de oficina que la idea de tener hijos me aterra. Pero no, no es debido a la idea de ser madre. Lo que me asusta es el mundo en el que esta hipotética criatura va a vivir. Ni el más optimista de los escenarios prospectivos que debo leer logra proyectar un futuro amable para cualquier ser viviente en la Tierra.

Fromm diría que un estilo de vida basado en el ser y no en el tener es un paradigma que, no sólo nos conllevaría como sociedad a tomar decisiones más conscientes en el uso de los recursos de la Tierra, sino que también resignificaría la razón de ser de cada ser humano, ya no en búsqueda del placer sino de la felicidad. Desde luego, esta reflexión escapa al desempeño de cualquier rama profesional, y le da la debida importancia a las elecciones individuales de cada ser humano.

Mi opinión personal es que somos los economistas unos de los principales responsables de garantizar un futuro vivible. A temor de contradecir todo lo estudiado hasta el momento, considero que el modelo de producción actual es insostenible en el largo plazo, incluso en el mediano plazo. Es más, el peso de las externalidades negativas del sistema de producción actual en la calidad de vida humana es innegable. La verdad es que no tengo regresiones econométricas a la mano que soporten mi afirmación, pero sí considero que a la ciencia económica le sobra rigurosidad técnica y le falta rigurosidad ética para garantizar un futuro sostenible. Este pensamiento fue el fin de mi malestar vocacional.

Me gustaría saber qué diría Fromm al respecto, y respecto al mundo actual.

Adriana.



    

jueves, 4 de diciembre de 2014

La paradoja de una vida construida en Whatsapp

La experiencia que tuve hoy en mi oficina en horas de la tarde fue la gota que rebosó el vaso. Es más, no fui yo la primera en darse cuenta de la patética escena: ocho personas de una misma oficina mueren de risa, cada una al frente de sus celulares. Los ocho conversábamos entre sí en un grupo de whatsapp, pero ninguno nos mirábamos a los ojos. Fue una de nosotros quien dijo “Miren a qué hemos llegado”. Peor aún fue que ninguno de nosotros soltó el celular, y mantuvimos la conversación como si nadie hubiera pronunciado palabra.

Hoy mismo, unas horas antes. Un colega me pregunta por una opinión sobre un artículo, y en mi mente tengo toda una idea construida que se hace muy difícil de plasmar en un chat. Y efectivamente no la logro plasmar del todo. Pero el chat nos da la facilidad del multitasking (entiéndase hacer mil cosas más mientras hablo con alguien a medias), y la opción preferida por todos es el “después hablamos con calma”. Y así fue, después hablaremos. Supongo. Todos sabemos que ese “después” en realidad es “nunca”.

Este año, varios días antes. La sensación de malentendido que me invadía con una de las personas más allegadas a mí era insostenible. La sensación de que era urgente una verdadera conversación. Sin embargo, una de las emociones que más fácil se puede esconder por Whatsapp es el orgullo, y eso fue lo que pasó. Por muchos días, fueron conversaciones a medias por un insulso Whatsapp, siempre evadiendo el verdadero meollo de la conversación. Pero lo bizarro fue que por uno de los mismos insulsos Whatsapp salieron todos los trapitos al sol, y el problema se pudo resolver.

Siglo XXI, hace ya un poco más de un año. Whatsapp me permitió conocer vía escrita a una de las personas que más quise en mi vida. En esa ocasión, me dio la falsa creencia de tenerlo todo. Increíblemente, eso me bastaba en ese entonces, aunque sabía que no duraría para siempre. Pero en últimas, no tenía nada de lo verdaderamente esencial, de lo realmente necesario, y aceptarlo fue un aterrizaje forzado en tierra pedregosa. Precisamente, fue la misma lejanía del Whatsapp el perfecto corrector de un mundo de emociones que se enterraron en la cotidianidad de las letras.

Aterrador todo. Ese es el único pensamiento que logro tener después de reflexionarlo un poco.

Whatsapp ha sido la herramienta más irónica de mi vida. Bueno, los chats en general. Ha sido creador de malentendidos, de amistades, de confabulaciones. Pero al final no tienes nada, ni de lo bueno ni de lo malo. Nadie oye tu risa a menos que escribas “jajaja”. No sientes el abrazo que tanto añoras cuando te escriben “un abrazo”. Si te insultan, ni te desgastas en tomarlo en serio. Nadie comprende las emociones detrás de las letras que escribes excepto tú mismo. Se crea una falsa sensación de empatía con el otro, y te da la oportunidad de ser quien quieras ser, indistintamente de si eso corresponde a la realidad o no. De refugiar las propias inseguridades en letras vacías de emoción.

Al menos a mí, la sensación de frustración me sobrepasa hoy. La sensación de frustración derivada de que no solamente los demás, sino también yo misma, perdimos el interés en las relaciones personales de tú a tú, y  nos refugiamos en el ensimismamiento del ícono verde y blanco con un teléfono dibujado. Me permea el sentimiento de impotencia, de abrir los ojos y notar que la soledad está más presente que nunca en nuestras vidas. Pero no hablo de la soledad en el sentido físico, sino del tipo de soledad en que deseas hablar con alguien para desahogarte y lo que tienes es un listado de personas, pero no a alguien.

De repente recuerdo la película Wall-e, en aquella escena aterradora pero increíblemente visionaria, en que todos los gordos seres humanos sobrevivientes del contaminado planeta tierra son incapaces de pararse de una silla voladora y coordinan sus vidas a través de la pantalla que tienen al frente suyo. Me niego a vivir en el mundo creado por Pixar en la película Wall-e. Pero qué triste es admitir que no estamos demasiado lejos de esa realidad.


Adriana.

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