domingo, 22 de junio de 2014

¿Un mundo feliz?


“Grande es la verdad, pero mas grande todavía (…) es el silencio sobre la verdad”

“Un mundo feliz” de Aldous Huxley ha resultado ser un libro extrañísimo. De ese tipo de libros que resultan desarrollarse de una manera completamente diferente a la que uno espera. Un libro cuestionador, y que logra lo que pocos logran: volver repulsiva la idea de perfección y eficiencia absoluta.

La expectativa de un libro que habla explícitamente sobre una reflexión a la sociedad se desinfló desde el comienzo: un vocabulario científico, químico y biológico al cual estoy completamente desacostumbrada, provocó que me dieran ganas de renunciar al libro en más de una ocasión. Pero cerca del final, comprendí que el momento en que la obra permitiría debatir sobre la construcción social sólo requería de tenerle  paciencia al texto. De este modo, el mundo feliz planteado por Huxley pasó de ser en primera instancia incomprensible, en medio de la estandarización humana y la creación de “castas humanas” determinadas ambas genéticamente; a ser un mundo feliz hedonista, dominado por los placeres del soma (un alucinógeno sin efectos secundarios), el sexo, el no cuestionamiento al orden establecido y la completa evasión a cualquier tipo de sufrimiento;  a ser finalmente un mundo feliz completamente retorcido y falso, un mundo cimentado deliberadamente bajo una premisa que enuncia: “la felicidad y estabilidad de una sociedad tiene un precio muy costoso: el precio de la verdad y de la belleza”.

El tratamiento que se le da a todo lo “diferente” es otro rasgo característico del libro. Un ejemplo de esto, es que la actitud crítica e inconforme del personaje de Bernard, para toda la sociedad feliz, ese atribuye a que “alguien inyectó alcohol en el sucedáneo de su sangre”. Otro claro ejemplo es El Salvaje, el foráneo, el extranjero: con sus costumbres diferentes, y por el hecho de haber sido concebido mediante un parto normal y no en un laboratorio, el salvaje era objeto de curiosidad para la sociedad feliz y, al final, su conocimiento sobre literatura y las emociones humanas pasionales es catalogado como subversivo para el mundo civilizado. Un tercer ejemplo es Helmholtz, a quien su obsesión por construir historias que inspiran sentimientos melancólicos le valió el exilio, al igual que a Bernard. El cuarto ejemplo es Linda, madre de El Salvaje, originalmente criada en el mundo civilizado pero posteriormente rechazada por éste, al haberse atrevido al "sucio acto" de dar a luz.

Sin embargo, resulta curioso como los administradores más importantes del mundo feliz, siendo más jóvenes, estuvieron al borde de la subversión así como Bernard o Helmholtz. Ellos, los administradores, quienes esconden el conocimiento, el arte y la religión, quienes administran la programación genética y cognitiva de cada casta, admiten haber preferido el poder de administrar al mundo civilizado que subvertir orden establecido, sólo para salvaguardar una idea de sociedad feliz en que cada ser humano sea programado para sentirse satisfecho con la casta en que nació, su labor ejercida, sin deseos excesivos, y sobre todo: una fe ciega en que la sociedad no podría marchar mejor de otra manera. Tal es el punto de control de los administradores sobre los individuos que, a la hora del destierro del mundo civilizado, describen al desterrado prototípico como a “todas las personas que, por una razón u otra, han adquirido excesiva conciencia de su propia individualidad para poder vivir en comunidad. Todas las personas que no se conforman con la ortodoxia, que tienen ideas propias. En una palabra, personas que son alguien”.

Dado todo lo anterior, es inevitable hacerse preguntas y comparaciones con la sociedad actual. No catalogo a Huxley de profético, pero sí es impresionante lo visionaria de su obra, la cual fue escrita en la Europa de entreguerras. Y aún más en tiempos actuales, en que la modificación genética empieza a invadir los más sencillos aspectos de la vida cotidiana. En lo personal, sólo me queda una pregunta. Y sin querer, la respondo parcialmente en el primer párrafo de este escrito:


¿Abolir todo tipo de expresión de individualidad humana es la única manera de lograr una sociedad funcional y feliz? 

Adrianella

domingo, 8 de junio de 2014

¿Seremos más felices entre ataúdes?

Hoy cedo mi espacio en el Adrianellario para dejar unas preguntas que encontré en una columna de opinión titulada "No seremos más felices entre ataúdes", de Christian Valencia, escrita el 2 de Junio. Las coloco sólo porque me aterró reconocer a la gran mayoría de nombres enlistados. Porque es una narración cronológica, nombre a nombre, asesinato a asesinato, de mis 24 años de vida.
En este punto electoral, la cosa es así: la mermelada, o seguir engrosando esta lista. En lo personal, ni sé qué es peor. Lo único que sé, es que la vida siempre está primero.
Espero yo tampoco equivocarme con mi elección el próximo Domingo.
Adrianella.

¿Por quién votarían los muertos de esta guerra fratricida?
¿Por quién votaría Jaime Garzón?
¿Por quién votaría Andrés Escobar?
¿Por quién lo harían Mateo Matamala y Margarita Gómez?
¿Por quién votarían las mujeres asesinadas en Bahía Portete?
¿Por quién votaría Guillermo Cano?
¿Por quién Héctor Abad Gómez?
¿El sargento José Cortez?, que defendió a Romeo Langlois.
¿Y Jaime Jaramillo Ossa?
Y Manuel Cepeda Vargas, ¿por quién?
¿Por quién lo haría Jaime Pardo Leal?
¿Por quién los muertos de El Salado? ¿O los muertos de El Billar?
¿Y los de Trujillo (Valle)?, que bajaban por los ríos para ser recogidos del agua, podridos y sin patria, por la caridad de los marsellenses.
¿Y Los muertos de la toma de Mitú? ¿O los soldados que murieron en Tacueyó?
¿Por quién votaría José Antequera?
¿Los que cayeron en Mapiripán?
¿Por quién votarían los muertos de Nueva Venecia?
Elsa Alvarado y Mario Calderón, ¿por quién votarían?
Y aquella defensora de los Derechos Humanos, Carmenza Trujillo Bernal; o Yolanda Izquierdo, líder de la Organización Popular de Vivienda; u Osiris Jacqueline Amaya Beltrán, maestra wayú, defensora de desplazados, ¿por quién?
La enumeración es injusta porque la lista es interminable.
Más de 220 mil personas que cayeron en esta guerra de tanto tiempo. Y seguimos contando.
CRISTIAN VALENCIA

El artículo original lo encuentran en este link: http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/no-seremos-mas-felices-entre-ataudes/14067519

lunes, 2 de junio de 2014

La responsabilidad de ser colombiano

Regreso con esta entrada, ya con la cabeza fría después de las elecciones de primera vuelta. 

Uno de los comentarios que más me llamó la atención (de toda la gama de comentarios que leí) durante el guayabo electoral de al menos el 80% de los contactos de mi Facebook el domingo de elecciones pasado, decía algo así como que no importaba mucho quien ganara o perdiera, con tal de nunca perder el ánimo de levantarse todos los días a trabajar o estudiar para construir un mejor país.

Más allá de estar o no de acuerdo, el comentario me invitó a pensar de manera más rigurosa de lo que lo venía haciendo, en qué aporta cada ciudadano al bienestar de un país, de éste país. Porque sí: usted, yo, quienes trabajan con usted, quienes trabajan conmigo, y así hasta que completemos 47 millones de personas dentro de ese fragmento de tierra al noroccidente de Suramérica, somos parte de un entramado social llamado Colombia: “Nuestra patria querida” diría Lucho Bermúdez, “país del realismo mágico” para algunos lectores de García Márquez,  “país mediocre” según Santiago Moure y Martín de Francisco, o “país de mierda” como dijo alguna vez César Augusto Londoño. Usted escoge el apelativo, pero eso no lo hace menos colombiano ni le resta importancia como ciudadano.

Mi percepción, después de conversarlo con varias personas, es que tenemos tremendamente subdimensionado el poder individual que cada uno tenemos como personas y como ciudadanos de transformar, de enseñar con el ejemplo. La paz no es firmar un acuerdo bilateral en una isla caribeña sabor a mojito, sino tener la suficiente capacidad de tolerancia (de nuevo, bilateral) para convivir con alguna otra persona (o 47 millones más de ellas). La  prosperidad económica no es hacer una rueda de negocios para repartir las zonas petroleras entre las multinacionales atraídas por la confianza inversionista, sino trabajar o generar empleo de manera responsable y sostenible. Desde este punto de vista, paz y prosperidad se limitan simplemente a una cosa: conocer y ser respetuosos con las reglas de juego, y ese es un ejercicio netamente individual.

Me devuelvo ahora al mismo pantallazo de Facebook del domingo electoral, y al menos la mitad de ese 80% de comentarios de inconformismo con el resultado electoral planteaban, en broma o en serio, la posibilidad de irse del país. Si bien con este tema tengo rabo de paja (porque lo he pensado, más de una vez, y más en serio que en broma), lo cierto del asunto es que irse del país debería ser una convicción de vaya más allá de “me largo de este basurero a desentenderme de Colombia”. En ese sentido, la posición del colombiano es algo acomodada al criticar cuando sufre un atropello, o lo que es peor: a callarse cuando se le da voz.


A veces pienso que los colombianos sencillamente nos acostumbramos a la humillación, como si fuéramos una sociedad acostumbrada a que las personas las silencien con balas o con insultos en el mejor de los casos. Tan acostumbrados a los muertos y a las creativamente violentas formas de asesinato que se ven acá, que un muerto más “qué más da”. Tan burlados constantemente por los gobernantes democráticamente electos que un voto menos para la próxima “qué más da”. Pero en últimas, siempre que usted conozca y sea respetuoso con las reglas de juego, construye más “paz y prosperidad” de lo que podría hacerlo cualquier presidente que se elija. Eso es lo importante, aunque la gran mayoría no lo dimensione.

Adrianella.