A los pocos días de cumplir los
dieciocho años, finalicé el primer año de mis estudios en economía, no sin
cierto malestar vocacional que me acompañó durante el receso de fin de año de
hace – ¡Cómo pasa el tiempo! – siete años. Fueron un par de meses de bastantes
cambios en mi manera de pensar. En primer lugar, porque ésta fue la famosa
navidad de La Historia del Pescado que, sin entrar en muchos detalles, me
arrastró a la vida vegetariana. Y en segundo lugar, porque decidí abrir las
páginas de un libro que desde hacía rato quería leer: Tener o Ser, de Erich Fromm. Era el mes de Enero cuando eso
sucedió.
Recuerdo muy bien que esa noche –
sí, fue en la noche – leí el primer capítulo del libro de manera obsesiva. Recuerdo
cerrarlo, e inmediatamente después, haber comenzado a escribir sin mucho orden
todos los pensamientos en mi cabeza. Recuerdo flechas, letras desiguales, y por
lo menos dos horas en este ejercicio en que se me fueron bastantes páginas de
cuaderno. Pero lo que más recuerdo, es que era la medianoche pasada y no podía controlar
el temblor de mi cuerpo, del pánico que sentí por el mundo, por el futuro. Y no
lo pude controlar en lo que quedaba de noche. Pocas veces en mi vida he sentido
tanto susto.
Fueron días de crisis
existencial, de un fuerte sentimiento de desolación por todo lo que sucede en
el mundo: hambre, pobreza, destrucción ambiental, pero sobre todo me perturbaba
el tema de vivir en una sociedad hedonista mas no feliz. Es decir, ¿Me estaba
diciendo Fromm que me encontraba viviendo en un sistema social diseñado en una especie
de círculo vicioso de felicidad ilusoria pero de insatisfacciones permanentes?
¿Me estaba diciendo Fromm que el mundo esta(ba) condenado a la destrucción solo
por un afán de lucro usado como combustible del sistema social diseñado en una
especie de circulo vicioso? El malestar vocacional creció, pero con esas
preguntas en mi cabeza me fui de viaje de manera casi sorpresiva.
Mi relación con el mar es
bastante bonita. Le tengo un profundo amor y respeto. Fue el mar el catalizador
de éstas preocupaciones y, por unos días, me hizo sentir que la sencillez de la
naturaleza es más poderosa que cualquier preocupación humana. Y el mar no me
dio una respuesta, pero sí me dio la calma para comenzar a desatar la angustia
que sentía por el mundo, por el futuro, y por mi carrera. El fin del malestar vocacional llegaría debido
a los eventos ocurridos a lo largo de ese año, y surgidos a raíz de una llamada
que recibí el último día de esas vacaciones.
Y claro que la economía tiene una
respuesta a esas preguntas. Bueno, en realidad tiene muchas respuestas a esas
preguntas, dependiendo de la teoría que se use. Pero en el ejercicio reciente
de mi profesión – irónicamente relacionado al mar – el sentimiento de
desolación por el mundo y el futuro va in
crescendo de nuevo. Hace pocos días, le expresaba con angustia a uno de mis
compañeros de oficina que la idea de tener hijos me aterra. Pero no, no es debido
a la idea de ser madre. Lo que me asusta es el mundo en el que esta hipotética
criatura va a vivir. Ni el más optimista de los escenarios prospectivos que
debo leer logra proyectar un futuro amable para cualquier ser viviente en la Tierra.
Fromm diría que un estilo de vida
basado en el ser y no en el tener es un paradigma que, no sólo nos
conllevaría como sociedad a tomar decisiones más conscientes en el uso de los
recursos de la Tierra, sino que también resignificaría la razón de ser de cada
ser humano, ya no en búsqueda del placer sino de la felicidad. Desde luego,
esta reflexión escapa al desempeño de cualquier rama profesional, y le da la
debida importancia a las elecciones individuales de cada ser humano.
Mi opinión personal es que somos
los economistas unos de los principales responsables de garantizar un futuro vivible.
A temor de contradecir todo lo estudiado hasta el momento, considero que el
modelo de producción actual es insostenible en el largo plazo, incluso en el
mediano plazo. Es más, el peso de las externalidades negativas del sistema de
producción actual en la calidad de vida humana es innegable. La verdad es que no
tengo regresiones econométricas a la mano que soporten mi afirmación, pero sí
considero que a la ciencia económica le sobra rigurosidad técnica y le falta
rigurosidad ética para garantizar un futuro sostenible. Este pensamiento fue el
fin de mi malestar vocacional.
Me gustaría saber qué diría Fromm
al respecto, y respecto al mundo actual.
Adriana.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario